A orillas del Mediterráneo, donde la luz del sol se refleja con intensidad sobre el agua, la sal ha sido mucho más que un simple condimento. Durante siglos, este mineral ha tejido rutas comerciales, dado nombre a salarios, y moldeado paisajes enteros. En las salinas costeras, el mar se transforma en cristal blanco gracias al viento y al sol, en un proceso casi ritual que aún hoy sobrevive en rincones tranquilos del litoral.

Torrevieja es uno de esos lugares donde el vínculo con la sal no solo se cuenta, sino que se respira. Su historia está unida a las salinas que alguna vez abastecieron barcos, mercados y mesas lejanas. Aquí, la sal ha sido una forma de vida, una riqueza natural que definió identidades y fronteras.
No muy lejos de estas antiguas salinas, el Restaurante Nautilus se asoma al mar. Desde su terraza, la vista se abre hacia un horizonte donde el sol parece seguir trabajando lentamente la sal.
En la cocina, los platos hablan con el mismo lenguaje. Pescados frescos, mariscos y arroces se presentan sin artificios, permitiendo que el sabor del mar se exprese. En cada bocado, la sal aparece como un susurro del entorno: medida, respetuosa, casi imperceptible, pero siempre presente. No es casualidad. Aquí, la sal no se usa; se comprende.
La conexión entre el paisaje salinero, el mar y la cocina adquiere aquí un sentido pleno. Es un recordatorio de que la gastronomía, en su mejor forma, no solo alimenta: cuenta historias. Y algunas, como la de la sal, son tan antiguas como el propio Mediterráneo.